domingo, 18 de mayo de 2008

Puentes

Puentes. Es que nací con la vida partida al medio y siempre necesité de un puente para poder cruzar los amargos ríos de las indecisiones y pasar del lado de las certezas que me esperan en fila india como viejas chismosas de cola de banco.
Si es blanco no es negro o es negro que se arrepintió de su negrura; nunca lo sabré y desconfiaré de todo y de todos porque ya más de mil espadas atravesaron mi corazón y de mi propia sangre están manchados mis pies que siguen firmes dando el paso pesado e incansable del peregrino. Y no hay ciudades ni pueblos, sólo caminos, tierra y cemento apilado y mis huellas se borran tan rápido como soplan nuevos vientos, pero mi esencia queda, e infecta a mi alrededor y lastima. La condena del vagabundo siempre ha sido errar, no poder apoyar la cabeza dos veces en la misma almohada y siempre estar cansado de las miserias que lo acompañan. Y sabe que si encontrase ese maldito puente que lo expulse del lado de los “buenos” ya podría descansar, pero es una ilusión que sólo él sabe que nunca pasará de ser sólo un respiro de esperanza que mantiene su cuerpo en movimiento y lo deja todo atrás, y nunca se vuelve.

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