martes, 27 de mayo de 2008

Imaginar

Me gusta imaginarte imaginándome llegar, esperando el momento mágico de tenerme así de cerca, a una bocanada de aire, conteniendo tu ansiedad, con la mirada atenta y con tus dedos inquietos jugando en los bolsillos.

Me gusta imaginarte imaginándome abrazarte, tirando tu cabeza hacia atrás, de brazos que rodean mi cuello y de alegría incontenible que alimenta nuestro momento.

Me gusta imaginarte imaginándome besándote, lentamente, llegando a la profundidad donde ambos conocemos el sabor del pecado y embriagados por esa sensación de plenitud nos olvidamos del tiempo y creamos nuestro propio reloj de arena mojada.

Me gusta imaginarte imaginándome durmiendo, con tus brazos en mi pecho y tu cara de terciopelo rozando la mía, entre sábanas de pasión fundida y cansancio dulce.

Me gusta imaginarte imaginándome desapareciendo, devolviéndote tu mundo imperfecto y entre sombras dejando mi estela de prófugo sin agenda, de culpable de mi propia inocencia por no saber decir las cosas.

Me gusta imaginarte imaginándome.

domingo, 18 de mayo de 2008

Prudencia

Toda prudencia debe tener necesariamente una fecha de vencimiento. El placer en estado puro no se hace esperar, pero ignorar su latencia sería como raspar un vidrio roto contra un pizarrón sin apretar los dientes. Empezar es lo difícil, el resto sale como una meada tardía, fluida y directa al inodoro de las pasiones que todo se traga con un simple botón que se aprieta, a veces gatillo.

Punto Ciego

El primer paso del hombre hacia la felicidad consiste en resistir ante su propia existencia –todo lo que hizo, hace y posiblemente hará-. Pero no tomemos a tal resistencia como la concepción de una obra maravillosa en la vida con un golpe de palmas que se repite a través de los años, sino al cúmulo de momentos de gracia, en que podemos entrar en ese PUNTO CIEGO donde uno no es atacado por los demonios de la irracionalidad –que colman el espíritu pero también lo queman- ni por la casta moral que nos arroja en el camino de los buenos – que tranquiliza pero no colma-.

La resistencia al displacer es mucho más que la generación o el consumo automático de un poco de placer moldeado por la ética y las buenas costumbres, tal como nos vienen acostumbrando desde que nacemos. El hombre se empeña en justificar y de ahí en construir su filosofía adecuada a la norma que más le conviene; y nunca pierde el sabor a rancio, ni su condición de insuficiencia.

Lo desconocido: o lo negamos o lo teorizamos; pero nunca dejamos que descanse en paz en el terreno de nuestra propia ignorancia. ¿O cuando éramos muy chicos no éramos más felices que ahora adultos, a pesar de desconocer?

Cuando la desfachatez y la inconsciencia se alían para evitar el elemento represor de la moral, de lo que está bien y lo que está mal, se abre la maravillosa puerta de entrada al Punto Ciego, al sentir pleno, al Ser Animal que constantemente reprimimos, al instinto en toda su pureza. Ese PUNTO CIEGO que nos permite ser dioses y dueños del universo por unos instantes, colmado de jueces y verdugos extremadamente corruptos que se burlan de las faltas pero nunca las condenan, salvo el vívido recuerdo que alimenta la culpa que a posteriori nos aguijoneará el cerebro y nos obligará a prometer en vano “nunca más”. El Punto es ciego porque nunca ve, no lo necesita. Debería llamarse ciego, sordo y mudo. Carece de los cinco sentidos naturales y posee uno solo, que contiene a todos los demás y a muchos otros que aún no fueron descifrados y opera directamente en algún sector privilegiado de nuestro cerebro, invención y propiedad absoluta de las neuronas más malignas e inmortales. Siempre he sido un inmoral.

División

Faltaban seis minutos para las siete de la mañana. Desperté cansado, con el agotamiento típico que sucede a una noche pasional y con una modorra que me absorbía el alma. Amanecí solo. Una vez más los sueños alteraron mi descanso y se regocijaron al yo abrir los ojos y entrar en ese estado de confusión mental: ¿Fue un sueño o realmente lo viví? Encendí un cigarrillo e hice varios esfuerzos por recordar. Al principio sólo eran sensaciones, no llegaban a mi mente imágenes. Sensaciones placenteras, lujuriosas. Pasé la lengua por mi labio superior y quise “recordar” la boca que me había besado… en vano. Lo intenté perdiendo la poca paciencia que se desperezaba lenta al la par de mis huesos en resurrección, y una y otra vez, los ojos cerrados mirando hacia el misterioso laberinto interior donde siempre me pierdo. Un beso es tal vez el recuerdo más vívido que uno puede tener de otra persona. No era el gusto de mi boca, era de nuestra boca. Inhalé profundamente y el aire matutino golpeó a mis pulmones maltratados por el humo del tabaco. Así permanecí más o menos media hora, con los labios un tanto irritados tal como sucedía luego de las batallas de besos interminables que tantas veces libré y con la sensación genital inconfundible que precede al sexo.

Silencio y oscuridad en la habitación. Mi cuerpo desnudo yacía bajo las sábanas y yo no podía despegarme de mi terquedad por querer recordar lo soñado (o lo vivido). Digamos soñado, ya que si hubiese sido real no debería tener tantos problemas para recordarlo. No era la primera vez que me costaba diferenciar el lado real de su opuesto. De repente decenas de imágenes cayeron en una seguidilla interminable sobre mi consciencia como un castillo de naipes de acero y bordes afilados que se derrumban sobre mi cabeza, uno as uno clavándose sobre lo poco de cordura que restaba en mi. Eran SUS ojos, pero también eran los ojos de ELLA. Ojos claros que me miran, ojos oscuros que me ven. Eran sus manos algo torpes que recorrían mi pecho y presionaban mis tetillas hasta hacerlas endurecer, también eran sus manos dóciles que acariciaban mi cara mientras su boca se fundía en la mía. Mi cuerpo se estremece, me estiro boca arriba sobre la cama con los brazos abiertos en cruz. Sus piernas rozaban las mías mientras que las de ELLA se entrelazaban por debajo. Las dos se ignoraban mutuamente y ni siquiera una sola vez se tocaron. Mi excitación era llevada de la mano por sus gemidos de placer y por el jadeo de palabras de amor de ELLA. Cualquier hombre de la media fantasea con una noche de placer con dos mujeres bonitas, no era este caso. No porque yo escape a la (a)normalidad del sexo masculino, sino porque eran como dos sueños que corrían en paralelo liquidando mi cordura y llevándome al límite del placer egoísta. ELLA ardía convulsivamente sobre mi, con su cabeza echada hacia atrás mientras mi lengua se atrevía a SU sexo y entre gemidos y obscenidades pertinentes la herejía de lo prohibido nos desarmaba entre gritos y besos. Tomé sus caderas con fuerza y embestí con furia buscando el límite. SU cara me miraba con ojos cerrados mientras mordía su labio inferior y SUS uñas se clavaban en mi espalda mojada. Cayó el pelo a los costados y ELLA mostró su nuca que se movía al ritmo de mis movimientos rápidos. Las manos se aferraban a las sábanas y los gritos iniciales pasaron a ser gemidos cortos ininterrumpidos que iban subiendo de tono y velocidad. Llegué al clímax como nunca antes, intentar describirlo sería malgastar tiempo y palabras. Llegamos juntos. SU gemido final se encontró con el gemido de ELLA y juntos liquidaron la poca cordura que se alejaba de mi como un recuerdo insignificante lo hace a través del tiempo.

SUS ojos se abrieron llorosos y encontraron los míos que se desplomaban en caída libre, como todo mi cuerpo, sobre el SUYO. Los ojos de ELLA se volvieron hacia mí y me vieron acomodarme a su lado, extasiado.

Las dos me observan morir en silencio mientras mi sangre dibuja manchas sobre las sábanas blancas, lágrimas magenta que se liberan de mis venas. Cada gota contiene un error, una justificación y un dolor nuevo. Ellas no hablan, sólo me miran; ya no lloran, ya no ríen, nada bueno ni malo en sus vidas estaba asociado a mi persona. Yo quería decirles todo, despedirme, acariciarlas, abrazarlas, sentirlas y besarlas por última vez… disculparme.
Mi egoísmo impensado le cede el paso al frío mortal.

Sueño

Soñé con gente enmascarada, una noche oscura que desparramó a todos ellos a mi alrededor en una danza protagónica circular que los confundía a unos con otros. De mi cuerpo brotaban llamas que se ofrecían a las estrellas y sus reflejos me impedían distinguir sus cara, aunque los conocía a todos.
Pasé las manos por mis ojos que ya empezaban a chamuscarse y mi visión se desenfocaba como a través de un vidrio sucio.

El dolor pertenece al pasado.
Te vi, en un momento te vi y te perdí.

Sentía el cuerpo rígido, los músculos contraídos al máximo , la mandíbula apretada y oía el crepitar de cada una de mis células, un sonido similar al que produce arrugar suavemente una lámina de papel de aluminio. Sólo podía mover la cabeza a los lados para buscarte, la ronda de personas seguía ahí, expectante, entre ellos reían y cuchicheaban, pero mi piel al chamuscarse chillaba como una chicharra perezosa al comienzo del verano y distorsionaba tales susurros maliciosos. Y no te encuentro y me desespero. El olor a pelo quemado me produce náuseas falsas que por un momento me distraen; ya no tengo estómago, imposible vomitar. Estarás rondando por detrás, confabulando con otros lobos que solían divertirme a mi también y reir con mis payasadas de ocasión. La carne de mi boca se quema y se adhiere a los huesos faciales, los dientes hierven pero no ceden. Las risas aumentan y mis oídos –ahora librados de orejas- escuchan con claridad, y no te escucho.
Por un instante dudo si aun estarás, pero como desde el primer día puedo presentirte más allá de mis cinco sentidos -sin sentido- que te acunaron a mi lado. Sólo a quienes tengo en frente veo quitarse las máscaras y arrojarlas con malicia sobre mi, pero intuyo que todos estarán haciendo lo mismo porque recibo golpes en todo mi cuerpo que, al haberse quemado los músculos de las piernas, me obligó a caer de rodillas y la gente se agigantó ante mi, algunos vivaron y sus sombras crecían aun más. Se quitaban las máscaras con burla y me las arrojaban, y debajo de estas no había caras, sino más máscaras, en cantidades interminables que iban cayendo en forma anacrónica sobre mi cuerpo que ya era un montículo de algo indescriptible que ardía sin gloria alguna. Te busco, quiero verte, olerte una vez más por mis huecos nasales y no lo logro. Un curioso que pasaba por el lugar escupió sobre mi con un fingido desprecio y su esputo se evaporó casi al tocar mi piel. Las risas mutaron en canciones de hienas impiadosas y en alaridos que se multiplicaban. Yo ya me estoy yendo y entre ellos se miran con desconfianza, uno a otro, a los lados y por sobre el hombro; habrá que buscar a alguien más, el círculo no debe quedar vacío o los asfixiará con sus propias miserias, ahí donde el fuego nunca arderá sobre el fango de la ciénaga existencial que domina las almas de los perversos. Mientras debatían, desconfiaban y cuidaban sus espaldas, un perro se acercó a mi, olisqueó las cenizas de lo que yo había sido y orinó con elegancia y un equilibrio en tres patas casi artístico sobre ellas. Tu voz llamó al can con voz despreocupada y fuiste la primera en largarte de ahí.

Diecisiete de Febrero

Diecisiete de Febrero. Un nuevo aniversario se cumple y todo lo que soy se lo debo a esa mujer que me cambió la vida en un instante y para siempre. Son casi las ocho y el sol de verano deja caer lentamente su párpados y baja en el horizonte a despertar a la luna. Un horario prematuro para cenar, pero nos gusta mucho meternos es la cama temprano y entre caricias y noticieros tragicómicos disfrutar de nuestra intimidad, fantasear sin respiro.
La cena la cociné yo mismo, como un ritual para esta fecha sagrada. Dispuse la mesa de la mejor manera que un hombre puede llegar a hacerlo después de tantos años de convivencia con una mujer detallista y prolija. Velas, copas de cristal, media luz, vino tinto y sólo nosotros. Ella está tranquila, un poco cansada tal vez pero con la mirada serena y firme que tanto le admiro; una serenidad implacable que contiene ríos furiosos y praderas al sol en una cálida tarde de otoño. Yo estoy un poco nervioso, cuidando cada movimiento para que nada desestabilice esta perfección, y sobreprotegiendo el clima de unión eterna. Cuánto disfrutamos estos momentos!
Luego de las palabras endulzadas con la miel de los que se aman, como siempre, empiezo a hablar de trivialidades y hacer chistes de risa fácil y vivo en su sonrisa y respiro en cada destello brillante que nace de sus dientes y me hundo en sus ojos negros, profundos. Agotaría todos mis instantes sólo para perpetuar esa risa a veces estridente y otras tantas tímida como niña de quince ante su primer beso.
Algo anda mal, el aire está levemente viciado y no quiero descubrir lo que para ninguno de los dos ya no es un secreto. Pero no puedo, y trato de evitarlo; me acomodo en la silla, le ofrezco más vino y ella me mira en silencio. Enciendo un cigarrillo y trato de buscar una excusa para levantarme un instante de esta silla porque el cuerpo me quema como si un rayo –de la culpa- hubiese caído sobre mi cabeza; no la encuentro y ella lo sabe.
-Otra vez Martina verdad, es que nunca vas a dejar de recriminármelo?- sencillamente exploté y me arrepentí al instante de ese exabrupto, como suele sucederme en los momentos de grandes tensiones, disparar sin apuntar primero, gritar sin merecer ser escuchado y con el cerebro en corto circuito. En cambio ella me miraba, la cabeza apenas ladeada hacia la derecha, los ojos un tanto entrecerrados pero no por ello disminuidos. Traté de serenarme y de arreglar todo este embrollo que había ocasionado pero sentía que todo lo que fuese a decir era inútil o fuera de lugar. Me esmeré por encontrar las palabras y el tono adecuado pero no lo conseguí.
-Amor, yo no tuve la culpa de lo que pasó –quise en ese instante morir estrangulado por mis propias cuerdas vocales, ese sentimiento de avestruz que no encuentra un hoyo donde esconder su cabeza y desaparecer del mundo del peligro.
Ella seguía observándome y pude notar una lágrima deslizarse por su mejilla derecha; bajaba como un caracol perezoso que no entiende de relojes ni de apuros. Esa pequeña gotita de lástima eran todas las palabras del universo que podía recibir yo, y me encolerizaba a tal punto que mi corazón latía incipientemente contra mi pecho y ese sonido sordo me hacía temblar el alma.
-No lo soporto más, siempre seré el culpable de sus desgracias y esta acusadora sombra cruel me acompañará hasta el día de mi muerte- me levanté precipitadamente y sin siquiera dedicarle una última mirada que pusiese el lacre a esta escena maniática, di un portazo y me fui.
Las dos tumbas quedaron en silencio y en mi boca el gusto a sangre fresca.

Y ARDIMOS

Y ardimos.
Fuego condenatorio que desvela,
y anhela…
Sólo una vez más…

No dejabas de caer,
abrazada a fantasmas sin vida.
Y te hallé corriendo
de las flores de papel,
gracias malgastadas
Incrédulos!

De palabras a la voz,
un espacio y dos cuerpos,
Sonrisas cercanas a un beso.
Energías, simpatías,
claves de lo incorrecto.

Tan simples en lo intenso,
furiosos de cara bella.
Eterna.
Fragilidad y miseria,
guardamos entre los celos.
Pies que sangran y no hacen ruido
mientras evitan el suelo.

Pasiones con lágrimas
en prisiones secas.
La paz que falta
La nada sobre la nada.

Sentimos,
morimos.
Para sentirnos.

Noches en mis miedos
que te los quita todos
Intrigas que se disipan,
sin saberlo
Queriéndolo.

Muros que van cayendo
ahora visten de escalones.
Subir para llegar
Llegar para sufrir
¿y bajar hacia adonde?

Y ardimos.
Fuego condenatorio que desvela
y anhela…
Sólo una vez más…

Puentes

Puentes. Es que nací con la vida partida al medio y siempre necesité de un puente para poder cruzar los amargos ríos de las indecisiones y pasar del lado de las certezas que me esperan en fila india como viejas chismosas de cola de banco.
Si es blanco no es negro o es negro que se arrepintió de su negrura; nunca lo sabré y desconfiaré de todo y de todos porque ya más de mil espadas atravesaron mi corazón y de mi propia sangre están manchados mis pies que siguen firmes dando el paso pesado e incansable del peregrino. Y no hay ciudades ni pueblos, sólo caminos, tierra y cemento apilado y mis huellas se borran tan rápido como soplan nuevos vientos, pero mi esencia queda, e infecta a mi alrededor y lastima. La condena del vagabundo siempre ha sido errar, no poder apoyar la cabeza dos veces en la misma almohada y siempre estar cansado de las miserias que lo acompañan. Y sabe que si encontrase ese maldito puente que lo expulse del lado de los “buenos” ya podría descansar, pero es una ilusión que sólo él sabe que nunca pasará de ser sólo un respiro de esperanza que mantiene su cuerpo en movimiento y lo deja todo atrás, y nunca se vuelve.

TODO BIEN

En ensueños vislumbraba tu mirada
clara en mi noche,
fantasías entre almohadas.
Cataratas de palabras
colman la imaginación,
certeras como la flecha
profundidades del alma.
Miré tus ojos, besé tus manos
nervios que sangran,
clavijas de una estructura
que empieza a ceder.
Y no soy yo quién habla.
sólo escucho.
Muros que se resquebrajan.
Cuestiones del corazón.
Y en cada grieta que nace
el murmullo de mis palabras,
que se filtran derrotadas;
Sin cuerpo ni alma
mueren al cobrar vida
Y me convierten en irrealidad.

Y te vi, al fin
Y fue como volver a la inocencia.
Caminar descalzo
sin temor a los vidrios;
Olvidando todo pasado.
Recordar la felicidad
e inmortalizar el momento
La brisa que acaricia
y que al fin
pasa.
Manos vacías
Nuevamente.
Puños cerrados
soledad del alma.
Ojos puros para
un ser intranquilo.
Demasiado
para ambos.

En silenciosa batalla
los sentimientos se encuentran.
Amantes imaginarios
Andar en las sombras con
el sol que lastima.
No mirar atrás
Y derramar lágrimas por
lo que quedó.
Ser lo que necesites…
O no ser nada.
No necesito saberlo
para sentirme muerto
y tan vivo.

Cambio todo este talento
Por volver a mirar
En ojos que no niegan
En situaciones imaginarias
que perturban.
Esclavizarme a la simpleza
Explorar desde el llano
Comer de tu mano,
renacer.

Poder ser lo que digo
Anclar en el fondo
a la suerte esquiva.
Si hay barcos habrá derivas
Y en mil costas he encallado
tan sobrio y bien mareado
sentí que te ibas.

Imaginarte tan pura
En estos años que van pasando
es para mi tu locura
lo mejor que he guardado

En cada sueño que nadas
mi esencia es agua dulce
Y las mañanas que regalas
a otros, mi cuerpo sufre.
Y se marchita con el tiempo
de los años que nunca nos dimos
Tal vez no digas nada
Tal vez yo no esté vivo.

Campos de jazmines florecieron
en tierras umbrías impenetrables.
Rincones del alma negados,
pasillos inciertos postergados.
Otra puerta que se cierra
y el aroma sigue en el aire;
tan fresco y puro como aquel día
en que supimos al destino
contarle
lo que nunca seríamos
y lo que somos,
los miedos en cámara lenta
maldiciones de este tiempo
que tan fuera me encuentra.

EL PRINCIPIO DEL FIN

De nuevo en las sombras.
Gente siniestra
rodea sin tregua,
cuervos del alma:
aves rapaces
Pelean por mi carne.
Pensamientos crueles.
La destrucción luego
de la reflexión.
Saber lo que soy
y no poder pelear por ello.
La dignidad en una copa
La otra copa vacía.
El atroz encanto…
Aprender a perder
Enseñanza para derrotados.

Y de paso.

Y de paso, como si nadie lo hubiese pensado -o planificado conscientemente- me encuentro nuevamente caminando por el callejón que tantos años atrás juré no volver a pisar y del cual todos los recuerdos, hasta el más insignificante detalle, prevalecen fielmente, impresión en mi memoria, ADN en mi sangre, angustias lacradas al rayo del sol nuevo que en cada muerte inesperada dejaron su mancha de nacimiento.

Las calles son las mismas, un poco más desgastadas, los cordones roídos, las veredas igual de pisoteadas y ese olor a desazón y euforia, a whisky y zapatos gastados.
Justo entonces la duda pone su brazo sobre mis hombros y caminamos juntos mientras hablamos sobre si MI realidad puede volver a ser SU realidad, porque de lo real propio a lo real ajeno existe la misma distancia que encuentro entre un pastel de limón y un frasco de pulguicida. (Las ratas son las primeras en huir, pero también las primeras en volver cuando las aguas se aquietan y el queso rancio empieza a apestar).
Me subo el cuello del sobretodo y sigo caminando despacio, como si el tiempo me sobrase o el dinero no fuese suficiente para llegar a casa y cenar dignamente, estirando cada pisada, como caminando sobre brea caliente a medio secar, convenciendo a cada uno de mis pies para volver a un nuevo paso… viejos caminos con pasos nuevos, pasar por ventanilla y ver nuestro cheque ahí sobre el mostrador, a punto de quedar sin fondos, pero los acreedores son muchos y reclaman en silencio, recordándome mi traición, hundiéndome en mi inescrupulosa conciencia corrosiva que se lleva mi sueño y me regala todo lo que no pudo ser y fue.
Un gato callejero me espera a mitad de cuadra entretenido con su botín de bolsa de basura. Lo veo y me ve, nos observamos fijamente, advertimos nuestra mutua presencia y nos inquieta a ambos pero ninguno cederá su territorio ni su mercancía; en este instante, su hueso de pollo a medio roer es un paralelo de mi historia a medio cerrar.

Estoy cerca, demasiado cerca, a pocos pasos del maldito animal. Nuestras miradas se petrifican. Apenas puedo ver sus colmillos blancos con restos del ave y el puede ver los míos con sangre.
Paso a su lado y las piernas se cansan, los pies encaprichados y no puedo despegarme de su mirada; el animal inquieto, un poco agazapado, con miedo pero sin cobardía, los músculos contraídos, el pelo negro algo erizado sobre el lomo, la mirada fija en mis ojos de lobo estepario.
Pero no es noche de guerra, él y yo lo sabemos y bastante entretenidos estamos rumiando cada uno a su presa.
La vulgaridad es lo más predecible

Las aguas frías te enseñan a nadar rápido

Lo que se presiente no se cuestiona

El camino de memoria a la guarida solo nuestros pies descalzos conocen.

He decidido inmolarme en el silencio de mis palabras ciegas, la noche siniestra me involucra y esta piel de cobra vuelve a ceder ante los antojos de un oráculo criminal.
Desconfiar de la derrota pero más de las victorias por venir. El placer del corazón se apaga, las venas del alma digieren fuegos consecuentes de esta maldición. La paciencia de la consciencia se agota pero estas manos siguen con cadenas.