domingo, 18 de mayo de 2008

División

Faltaban seis minutos para las siete de la mañana. Desperté cansado, con el agotamiento típico que sucede a una noche pasional y con una modorra que me absorbía el alma. Amanecí solo. Una vez más los sueños alteraron mi descanso y se regocijaron al yo abrir los ojos y entrar en ese estado de confusión mental: ¿Fue un sueño o realmente lo viví? Encendí un cigarrillo e hice varios esfuerzos por recordar. Al principio sólo eran sensaciones, no llegaban a mi mente imágenes. Sensaciones placenteras, lujuriosas. Pasé la lengua por mi labio superior y quise “recordar” la boca que me había besado… en vano. Lo intenté perdiendo la poca paciencia que se desperezaba lenta al la par de mis huesos en resurrección, y una y otra vez, los ojos cerrados mirando hacia el misterioso laberinto interior donde siempre me pierdo. Un beso es tal vez el recuerdo más vívido que uno puede tener de otra persona. No era el gusto de mi boca, era de nuestra boca. Inhalé profundamente y el aire matutino golpeó a mis pulmones maltratados por el humo del tabaco. Así permanecí más o menos media hora, con los labios un tanto irritados tal como sucedía luego de las batallas de besos interminables que tantas veces libré y con la sensación genital inconfundible que precede al sexo.

Silencio y oscuridad en la habitación. Mi cuerpo desnudo yacía bajo las sábanas y yo no podía despegarme de mi terquedad por querer recordar lo soñado (o lo vivido). Digamos soñado, ya que si hubiese sido real no debería tener tantos problemas para recordarlo. No era la primera vez que me costaba diferenciar el lado real de su opuesto. De repente decenas de imágenes cayeron en una seguidilla interminable sobre mi consciencia como un castillo de naipes de acero y bordes afilados que se derrumban sobre mi cabeza, uno as uno clavándose sobre lo poco de cordura que restaba en mi. Eran SUS ojos, pero también eran los ojos de ELLA. Ojos claros que me miran, ojos oscuros que me ven. Eran sus manos algo torpes que recorrían mi pecho y presionaban mis tetillas hasta hacerlas endurecer, también eran sus manos dóciles que acariciaban mi cara mientras su boca se fundía en la mía. Mi cuerpo se estremece, me estiro boca arriba sobre la cama con los brazos abiertos en cruz. Sus piernas rozaban las mías mientras que las de ELLA se entrelazaban por debajo. Las dos se ignoraban mutuamente y ni siquiera una sola vez se tocaron. Mi excitación era llevada de la mano por sus gemidos de placer y por el jadeo de palabras de amor de ELLA. Cualquier hombre de la media fantasea con una noche de placer con dos mujeres bonitas, no era este caso. No porque yo escape a la (a)normalidad del sexo masculino, sino porque eran como dos sueños que corrían en paralelo liquidando mi cordura y llevándome al límite del placer egoísta. ELLA ardía convulsivamente sobre mi, con su cabeza echada hacia atrás mientras mi lengua se atrevía a SU sexo y entre gemidos y obscenidades pertinentes la herejía de lo prohibido nos desarmaba entre gritos y besos. Tomé sus caderas con fuerza y embestí con furia buscando el límite. SU cara me miraba con ojos cerrados mientras mordía su labio inferior y SUS uñas se clavaban en mi espalda mojada. Cayó el pelo a los costados y ELLA mostró su nuca que se movía al ritmo de mis movimientos rápidos. Las manos se aferraban a las sábanas y los gritos iniciales pasaron a ser gemidos cortos ininterrumpidos que iban subiendo de tono y velocidad. Llegué al clímax como nunca antes, intentar describirlo sería malgastar tiempo y palabras. Llegamos juntos. SU gemido final se encontró con el gemido de ELLA y juntos liquidaron la poca cordura que se alejaba de mi como un recuerdo insignificante lo hace a través del tiempo.

SUS ojos se abrieron llorosos y encontraron los míos que se desplomaban en caída libre, como todo mi cuerpo, sobre el SUYO. Los ojos de ELLA se volvieron hacia mí y me vieron acomodarme a su lado, extasiado.

Las dos me observan morir en silencio mientras mi sangre dibuja manchas sobre las sábanas blancas, lágrimas magenta que se liberan de mis venas. Cada gota contiene un error, una justificación y un dolor nuevo. Ellas no hablan, sólo me miran; ya no lloran, ya no ríen, nada bueno ni malo en sus vidas estaba asociado a mi persona. Yo quería decirles todo, despedirme, acariciarlas, abrazarlas, sentirlas y besarlas por última vez… disculparme.
Mi egoísmo impensado le cede el paso al frío mortal.

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